EL PLACER DE MATAR A UNA
MADRE
MARTA LÓPEZ LUACES
1956. LA
CORUÑA. España
Seguimos por
unos pasadizos con cuartos a ambos lados; llegamos a uno donde las mujeres
hacinadas parecían zombis sacadas de una de esas malas películas de terror….
Según avanzamos por los pisos, mientras más nos alejamos de la entrada de la
casa, de ese afuera al que creía nunca regresaría, la humanidad de las
pacientes, parecía ir reduciéndose.
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Según el informe de la comisaría la
paciente no había cometido ningún crimen anterior al asesinato de su madre. (…)
Nadie quería
aceptar que una hija de una familia honrada, respetuosa, más o menos católica,
podía haber matado a su madre.
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La
pastilloterapia aún era la norma en la mayoría de los hospitales. Las píldoras
habían venido a reemplazar las viejas argollas, los electroshocks y la camisa
de fuerza.
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Sin embargo, y
aunque conocía la historia de la psicología y de la psiquiatría en España, no
podía imaginar hasta qué punto los postulados de la psiquiatría nazi y de la
psicología pastoral habían calado en la sociedad y en el sistema de salud
español.
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En 1974 a los enfermos crónicos
o a los que se les consideraba peligrosos se les administraban sedantes para
mantenerlos inconscientes todo el día. Se creía que así no se hacían daño.
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Ellas eran locas, no asesinas; repetían
con algo de orgullo y desprecio. Estoy segura de que por primera vez se sentían
orgullosas de ser locas.
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Las
condiciones de aquel recinto eran inaceptables. Una gran parte de los pacientes
vivían encerrados en sus cuartos, con la ropa sucia, sedados todo el día,
mirando a las paredes durante horas en medio de sus propias heces, de mugre y acosados por un
sinnúmero de ratas.
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…no solo la
Iglesia y el Gobierno consideraban la sexualidad un peligro o una anomalía,
sino también las organizaciones de psiquiatría más influyentes.
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-Muchas no debieron entrar aquí. Usted
lo sabe. Cuanto más tiempo se queden en este lugar mayor es la posibilidad de
que terminen locas de verdad.
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Limitar.
Encasillar. Borrar. A cualquiera que no entrase en el papel asignado se la
borraba, se la ridiculizaba o se la tachaba de loca.
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Conozco muy
bien a ese tipo de personas. He tratado a sus víctimas: las esposas y los hijos
de hombres de sentimientos empobrecidos, de naturalezas muy pequeñas. Llenos de
envidias y odios resultan útiles en momentos de crisis, como la fue la guerra
civil española: se convierten en los monstruos que subyugan, capaces de los
mayores horrores. Con ellos las dictaduras pueden imponer su régimen.
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Entendí que la
madre de Isabel, una mujer que tuvo que vivir con su opresor, para sobrevivir
desarrolló inconscientemente las estrategias del débil: el silencio, las
alianzas emocionales con el heredero de la posición del padre y la ruptura con
su propio grupo social.
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Tras varias apelaciones, y después de
asegurarse de mi arrepentimiento, u juez me declaró apta para convivir en
sociedad. Me concedieron la libertad un par de años más tarde.
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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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