ALMAS GRISES
PHILIPPE CLAUDIEL
No muy lejos, ya estaban afilando
una hoja y levantando un cadalso.
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La muerte súbita se lleva las cosas
hermosas, pero las conserva tal como eran. Ésa es su auténtica grandeza. Contra
eso no se puede luchar.
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Por orgullo y por estupidez estaba
dispuesto a arrojarse al cuello de otro. Los padres azuzaban a los hijos. Sólo
las mujeres, madres, esposas o hijas, presenciaban aquello con el pálpito de la
desgracia en el corazón y una lucidez que les hacía ver mucho más allá de
aquellas tardes de gritos de júbilo, rondas para todos y canciones patrióticas
que hacían zumbar los oídos y temblar la verde fronda de los castaños.
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En el cielo hubo una lluvia de
estrellas, absurda y efímera, inútil salvo como pretexto para hacer presagios a
quienes los necesitan para apuntalar su soledad.
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Ésa es la gran estupidez del ser humano,
decirse siempre que hay tiempo, que podrá hacer esto o lo otro mañana, dentro
de tres días, el año que viene, dos horas más tarde… Y luego todo se muere, y
nos vemos siguiendo ataúdes, lo que no facilita la conversación.
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Tenía una mirada bovina, de tonto que
no es consciente de serlo, como los animales que se dejan llevar al matadero
sin una queja, porque no conciben que exista un misterio tan grande como la
muerte.
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Tras su muerte, todo el dinero fue a parar al Estado.
Hermosa viuda, el Estado: siempre está alegre y nunca guarda luto.
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Las cosas no son ni blancas ni negras,
lo que reina es el gris. Los hombres, sus almas…pasa lo mismo. Tú eres un alma
gris, rematadamente gris, como todos nosotros…
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La vida es curiosa. No avisa. Lo mezcla
todo, sin dejarte elegir, de modo que a un instante de dicha le sucede otro de
sangre, así, sin más.
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En el fondo, ¿qué es una muchedumbre?
Nada, un montón de pelagatos, inofensivos si les hablas mirándoles a los ojos.
Pero juntos, casi pegados, envueltos en el olor de los cuerpos, de la
transpiración, de los alientos, mirándose unos a otros, al acecho de una
palabra, justa o injusta, se convierten en dinamita, en una máquina infernal,
en una olla a presión lista para estallarte en la cara si se te ocurre tocarla.
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Cuando pienso en las manos de Destinat,
largas, finas, cuidadas, salpicadas de manchas, todo tendones; cuando las veo,
un atardecer de invierno, apretando el delgado y frágil cuello de Belle de Jour, mientras en el rostro de
la niña la sonrisa se borra y una gran pregunta asoma a sus ojos; (…)
Destinat
no estaba estrangulando a una niña, sino un recuerdo, un dolor; que, de pronto,
lo que tenía entre las manos, bajo los dedos, era el fantasma de Clélis, y el de Lysia Verhareine, a los que intentaba
retorcer el cuello para deshacerse de ellos. (…) para no seguir amándolos en
vano.
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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