Podría
decirse que algunos tenemos una querencia con la muerte muy cercana
al amor. Entendemos que es como una puerta de la que cada cual tiene
una llave. Cuando uno niega la posibilidad de que haya otra vida
mejor, es un alivio saber que esa puerta existe, ante la
insoportabilidad de una existencia ideada para la monotonía, la
crueldad y el sufrimiento.
Algunos
han hecho buen uso de esa llave, a otros por el momento nos alivia
saber que existe. Pero a pesar de la querencia con el fin ¡qué
solos nos sentimos cuando algún ser amado se va! La explicación
pasaría por entender que a lo largo de nuestra vida pocos humanos
conocemos con los que nuestra comunión es absoluta. Personas de una
belleza interior inimitable e inigualable, hombres y mujeres que como
bálsamo sanador cura nuestro dolor y soledad. Y nos regalan con su
presencia una carga de vitalidad que luego devueltos al horror, nos
permitirá continuar cuerdos y apaciguados.
Los
años van pasando y cada vez es más difícil encontrar almas así, y
cada cierto y breve tiempo, uno de ellos se entrega a la muerte. Sin
rendición, lúcidos en su enferma mirada o en la suicida intención
que los carcome.
Los
que seguimos aquí tragamos la saliva amarga de sabernos más
huérfanos, pero celebramos. Celebramos la alegría, las horas, los
conocimientos, la música, las caricias. Celebramos todos los
momentos únicos que permanecerán en nuestra memoria toda la vida.
Nos convertimos en guardianes de la belleza y el amor con el que
hemos sido regalados, a la espera de poder transmitir esa memoria en
el amable caso de que otra persona excepcional se cruce en nuestro
camino. De no ser así, en cada reunión, cada acontecimiento que
nos cruce los senderos de nuevo, sera una ocasión propicia para
resucitar esos recuerdos atesorados durante años.
Revivir
esa riqueza es obligación y necesidad, es la certeza de saber que
mereció la pena vivir, si todos los que quedamos vivos llegamos a
sentir lo mismo, es que no nos hemos equivocados, entonces, podríamos
decir que fue un placer haber el camino a nuestro modo, cruzar el
vacío sin red y sin la necesidad ponzoñas religiosas ni
paternalistas, solo aupados de lejos por los gritos de ánimo de esos
amigos que nos enseñaron a vivir.
el reverendo Yorick.
1 comentario:
Señor Yorick, me gusta como escribe,por eso echo de menos más colaboraciones suyas.
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