SON COSAS
QUE PASAN
PAULINE
DREYFUS
19 noviembre de 1969
Las posaderas se agitan en los
incómodos bancos. Los asistentes indican al oficiante, moviéndose aburridos,
que todo debe tener un final, incluidas las misas de difuntos. (…)
“Podéis ir en paz”- antes de
apresurarse a salir fuera, donde les espera por fin el singular escalofrío que
procura la alegría de estar vivo cuando otros están bajo tierra,…
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En la zona no ocupada, nada más
firmarse el armisticio de junio de 1940, todas las mujeres estaban disponibles.
Donde resultaba más manifiesto era en la Costa Azul. Durante unas semanas,
entre Niza y Marsella, entre Menton y Montecarlo, reinó en el aire una urgencia
que movía a la gente a pasárselo bien a toda costa antes de la postrera
catástrofe: la llegada de los bárbaros.
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Poco a poco, las mujeres volvían a ser
coquetas como en tiempos de paz. Tras una pausa, se reanudó la vida mundana Un
poco más promiscua que antes. Porque ante la duda sobre cómo evolucionaría
aquella guerra, los parisinos no volvieron a sus casas en septiembre.
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El 14 de junio, los alemanes entraban
en París, que no se hallaba protegido militarmente. NI en la guerra de 1870 ni
en la del 14 había caído tan bajo París, ciudad abierta a la codicia de los
soldados rubios, guapos como coristas de una ópera de Wagner…
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“Son cosas que pasan”, se limitó a
decir Jérôme cuando su esposa le anunció un embarazo del que a todas luces él
no era responsable.
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La guerra conlleva, para ella, la
privación de París y de su vida de antes. Dicho de otro modo, una pesadilla.
Ah, ojalá vuelva la paz, aunque sea gracias a Pétain, aunque sea gracias a
Mussolini, pero sobre todo que vuelvan los tiempos de las fiestas, que pueda
volver a lucir sus vestidos y, por qué no, volver a seducir.
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¿Qué
culpa tiene ella de que a los judíos los señalen con el dedo en los tiempos que
corren? ¿De que los culpen de todo?
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En una larga carta en la que su amiga decía
encontrar la guerra “pasada de moda”, le hablaba de unos proveedores que, por
poco que se les pague, sabían dónde procurarse las imprescindibles ampollas.
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En la verja de la plaza Saint Augustin,
un cartel amenazador alerta: “Parque de juegos. Reservado a los niños.
Prohibido a los judíos”. La pequeña ha leído, como ella, el letrero. Movida por
una infantil superioridad, Charlotte se vuelve hacia su madre: “Mamá, nos han
dicho en la escuela que los judíos no son buenos porque fueron ellos los que
crucificaron a Jesucristo”.
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¿La guerra? ¿Qué guerra? Tumbados en
los colchones colocados en el césped, los invitados se preguntan si esa guerra
es real.
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La época no es demasiado cruel para
quienes poseen los medios de eludir sus rigores. En París, la gente se pasa las
direcciones de los restaurantes del mercado negro, donde se come tan bien como
antes. En el Jimmy´s, pero no lo cuente, tienen de todo lo que está prohibido:
bistecs cruditos, pescado frito con mantequilla, whisky….
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En la rue d´Astorg, corre hace tiempo
por la consola una tarjeta de invitación: la duquesa de Alba cuenta con los
Sorrente para el baile que da en Madrid el mes de abril. La misma tarjeta ha
sido enviada a todos los países de Europa que se matan entre ellos.
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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