MALAS (Editado en 2002)
CARMEN ALBORCH
31
octubre de 1947. CASTELLÓN DE RUGAT. Valencia
24 diciembre de 1018. VALENCIA
Vivimos en una necesidad constante
de que nos acepten, de demostrar la propia valía. Hemos internalizado que somos
menos que los hombres, y por eso no encontramos en nosotras valores con los que
identificarnos.
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La belleza siempre ha estado
relacionada con la mujer; la mujer es, por definición, bella. En la actualidad,
el bombardeo de modelos de mujer físicamente perfecta es brutal. Muchas mujeres
tienen ese modelo sumamente interiorizado y el físico obsesiona sus vidas.
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Para valorar a una mujer hay que descalificar a otra.
Dependemos así del valor que nos confieren los hombres. Lo masculino es la
manera de ser hegemónica y se convierte en el referente del ser humano. (…)
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El problema político para el
feminismo es que sus representantes reproducen la rivalidad entre las mujeres.
En el feminismo se ha desarrollado una tendencia ilusionista en la que las
mujeres creen vivir lo que proponen.
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Hemos de reconstruir nuestra
genealogía y pactar entre nosotras –y también con ellos- para refundar una
cultura común desde la paridad, sumando la experiencia de las mujeres.
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Hoy las responsabilidades siguen
repartidas según los sexos a pesar de los avances laborales de las mujeres. Y
sigue habiendo una serie de estereotipos que, a modo de guion social, indican
cómo deben comportarse y sentir de forma ideal las mujeres y los hombres.
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La ginecofobia es el odio hacia las
mujeres, inspirado en la creencia de que éstas son seres peligrosos y malignos,
a los que se teme, y se les desea el mal, porque se les considera dotados de un
poder superior, que se percibe como una amenaza.
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La mujer-madre ejerce en la
mujer-hija una doble influencia; es decir, no sólo transmite las normas del
sistema patriarcal, sino que, con ellas, transmite también sus propios
conflictos invisibles e internos, creando así en el ámbito familiar un espacio
de contradicciones.
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Las madres tradicionales han enseñado
a sus hijas la misma lección que aprendieron ellas cuando eran más jóvenes.
Para que sobrevivan en un mundo donde los hombres acaparan el privilegio y el
poder, les transmiten que el único medio es complacerles a ellos.
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La envidia busca eliminar el
sufrimiento mediante la destrucción de quien posee, de forma real o imaginaria,
aquello que deseamos. (…)
En lugar de envidiar podríamos
contribuir al deseo de libertad de otras mujeres. La sana envidia es admiración
o está próxima a ella.
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Junta al sentimiento de culpa que
aparece en la mujer al reconocerse como ambiciosa, a causa de las connotaciones
de transgresión que el hecho conlleva: La ambición femenina se considera una
traición a la abnegación y al altruismo que supuestamente caracterizaría la
“buena lealtad femenina”.
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La violencia contra las mujeres es
de orden estructural, es decir, forma parte del entramado mismo del mundo en su
concepción patriarcal. Esa violencia se manifiesta de modo directo o de modo
simbólico.
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Las verdades que el grupo dominante
sostiene sobre el sometido sirven invariablemente para mantener y justificar el
orden establecido. Y esa es la razón por la que ha de mostrarse una idea
distinta y unos valores distintos: una idea diversa, franca, sincera, contrastada
democrática…
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Clara Coria señala que el varón que
creen el amor no posesivo y se nutre de estímulos que provienen de aquellos que
son diferentes, incluidas las mujeres, “adquiere una irresistibilidad poco
común por el simple hecho de que son capaces de amar a una mujer sin reducirla
a la condición de madre, de objeto, de esclava o de niñita inmadura (…) Estos varones
no han nacido por generación espontánea. Se trata de personas dispuestas a
rescatar del sistema patriarcal los afecto, la ternura, el disfrute del cuerpo
y la posibilidad de ser ellos mismos”.
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Un futuro esperanzado requiere
cultivar el acuerdo, la reciprocidad, también entre nosotras y ellos, buscar la
buena vida y no perder el sentido del humor.
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EL BOBO DE
KORIA (RECOPILADOR)
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