ELOGIO DE LA PEREZA
La verdadera humanización de nuestras
sociedades está en el ocio, en la vacación, en la disposición libre de nuestro
tiempo para ocuparlo en lo que deseemos. (…)
Se nos anunció el advenimiento de la felicidad:
la revolución tecnológica copernicana que se estaba produciendo permitiría que
los seres humanos dejarán por fin de ganarse el pan con el sudor de su frente y
se dedicaran a su familia, a sus aficiones y a sus placeres.
Qué
lejanos e irreales nos parecen ahora aquellos tiempos. Hoy se nos pide que
trabajemos más horas —por menos dinero—, que agrupemos las fiestas para no
distraernos, que nos jubilemos más tarde e incluso que no nos enfermemos si
queremos cobrar nuestro salario. Ya no se habla de la civilización del
ocio, sino de la cultura del esfuerzo. Como si hubiéramos mordido la
manzana de algún árbol prohibido, hemos sido expulsados de un paraíso que ni
siquiera llegamos a conocer. (…)
Es falso que el trabajo dignifique. Trabajar
—es la parte que más me gusta de la Biblia— es un castigo divino, una maldición
que empobrece la mayoría de las vidas. Incluso las tareas más nobles, como la
creación artística, se convierten en algo desagradable cuando se hacen a cambio
de un salario. La verdadera humanización de nuestras sociedades está en el
ocio, en la vacación, en la disposición libre de nuestro tiempo para ocuparlo
en lo que deseemos, sea hacer transacciones financieras delante de un ordenador
o leer un libro debajo de un árbol.
Ése debería ser a mi juicio el derrotero ideológico
de la izquierda europea, como quería Paul Lafargue: el elogio de la pereza.
Impedir la competencia con países donde rige el esclavismo laboral, atajar la
economía especulativa y propiciar la distribución racional del trabajo. Pero
para ello, antes que nada, hay que reconquistar la senda de la cohesión social,
porque no es que no haya dinero para pagar el bienestar, como se nos dice cada
día, sino que ese dinero está mal repartido. Tony Judt recordaba que en 1968 el
director ejecutivo de una compañía como General Motors ganaba sesenta y seis
veces más que un trabajador medio de esa empresa, mientras que en nuestros días
el director ejecutivo de una firma semejante gana novecientas veces más. Con
estas cifras, las crisis serán perpetuas.
Del
artículo ELOGIO DE LA PEREZA de LUISGÉ MARTÍN en REBELIÓN. 27-02-2020
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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