EL
PACIFISTA
JOHN BOYNE
30 abril de 1971. DUBLÍN. Irlanda
La verdad, Tristán
–me dijo mi padre aquel día cuando me guiaba hacia la calle hincándome los
gruesos dedos en los omóplatos-, lo mejor para todos sería que los alemanes te
mataran de un tiro nada más verte.
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Las iglesias y catedrales me gustan
mucho, no tanto por su aspecto religioso, pues soy agnóstico, sino por la paz y
la tranquilidad que se respira en su interior. He aquí mis dos lugares
favoritos para el ocio, gemelos de distinto signo: los pubs y las capillas. Los
unos tan sociales y rebosantes de vida; las otras, remansos de tranquilidad
llenos de indicios de muerte.
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Hemos adiestrado nuestras mentes para
creer que el soldado que tenemos delante y que no habla nuestro idioma es un enemigo
que debe ser abatido. Ahora somos los guerreros perfectos. Estamos listos para
matar. El sargento Clayton ha hecho su trabajo y debemos agradecérselo.
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Me quito el casco y me rasco la cabeza,
pero no me molesto en mirar qué se queda bajo las uñas, pues tengo el cuero
cabelludo plagado de piojos, al igual que las axilas y la entrepierna.
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…veo el cuerpo de Potter tendido a mis
pies con un gran orificio en la cabeza, por donde le ha entrado la bala; le
falta un ojo, parte del cual se encuentra en mi persona…
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-¿Crees en el cielo, Tristán? –me
pregunta en voz baja.
Niego con la cabeza.
-No.
-¿De verdad? –Parece sorprendido-. ¿Por
qué no?
-Porque es un invento humano. Me deja
perplejo que la gente hable del cielo y el infierno y de dónde acabarán cuando
sus vidas se apaguen. Nadie pretende comprender por qué nos ha sido dada la
vida, eso sería una herejía, y sin embargo muchos afirman estar seguros de lo
que sucederá después de que mueran. Es absurdo.
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-¿No te parece curioso Tristán –preguntó
Marian-. que la muerte de un soldado nos parezca motivo de orgullo en lugar de
una deshonra nacional?
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Nos miramos. Busqué en su rostro
indicios de remordimiento, de cualquier asomo de vergüenza, y durante unos
instantes creí verlos. Pero se desvanecieron de inmediato, reemplazados por una
mirada fría, una expresión de indignación y repugnancia ante el hecho de haber
engendrado una criatura como yo. (…)
-La verdad, Tristán –me dijo haciéndome
salir a la calle otra vez-, es que tú ya no eras su hermano, como tampoco eres
mi hijo. Esta no es tu familia.
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-Quiero que sepa que yo también intenté
ir al frente. Me dijeron que era demasiado joven. Pero deseaba hacerlo, más que
cualquier otra cosa en el mundo.
-Entonces es usted un imbécil –le
espeté.
Dicho lo cual, abrí la puerta y salí.
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-Este hombre –declara- se ha negado a
combatir durante el ataque de esta tarde. En vista de ello, se le ha formado
consejo de guerra y se le ha declarado culpable de cobardía. Será fusilado
mañana al amanecer, a las seis en punto. Ese es el castigo que infligimos a los
cobardes.
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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