Todas
las ciudades del mundo, todas las regiones, están llenas de las
gentes más variopintas, lo que hace, extremadamente difícil
consensuar sus caracteres en unas pocas frases maniqueadas. No existe
un semblante común, unas reglas o pautas de comportamiento que
definan a una tierra, o región, o país. Pueden existir algunos
matices, giros, o maneras que sean comunes o habituales, pero estos,
no podrían por si mismos representar en modo alguno la idiosincrasia
de un pueblo.
En
todos mis viajes y estancias en otros pueblos, todas las prevenciones
que llevara, debido a lo que hubiera oído de antemano, caían por su
propio peso, ante el contacto con las personas. Éstas, te mostraban
de forma natural, cuan equivocados estaban esos dichos y rumores
infundados.
Es
cierto que por la competitividad de las sociedades, sus dirigentes se
esfuerzan en encontrar atributos para potenciar, para marcar
diferencias con los vecinos, o con otros países a los que hay que
conquistar o colocar por debajo de uno mismo ideológicamente. Tengo
claro, que dentro del propio pueblo, no todos piensan igual, y muchos
se aglutinan bajo ideas o banderas con el fin de someter a los demás.
Pero
ese hecho precisamente es el que nos debe de servir, para no caer en
la idea de que ellos son representantes de la mayoría; las ciudades
y por supuesto las personas que las definen duermen y viven debajo de
esos discursos, aman y mueren cerca de la tierra, que los alimenta y
los vio nacer.
Nunca
antes, había hablado aquí de mi origen, de la tierra que me vio
nacer, y donde aprendí cosas básicas de la vida. Cuando tenia 17
años, me fui, y hasta hoy día he vagado de ciudad en ciudad,
creyéndome nómada. Mi salida precipitada marcada por unos
desencuentros familiares y sociales me hicieron siempre mirar hacía
adelante, parando pocas veces a analizar mis sentimientos sobre la
tierra que dejé atrás.
Hace
unos meses, hablando con un amigo, me espetó de golpe un comentario
que sentí clavárseme por dentro como si fuera una daga. Mi amigo me
dijo que la gente más despreciable que había conocido en su vida
laboral eran los andaluces. Me lo dijo a mí, a la cara, a sabiendas
de que yo era andaluz, y a sabiendas también de mi vida militante y
concienciada.
Éste
comentario, se ha ido enquistando envuelto en una pátina de tristeza
que tiene las trazas de convertirse en un cáncer para nuestra
amistad. Por eso he decidido hablar aquí de Andalucía. La que yo he
conocido, y la que en la distancia he aprendido a amar. Porque en el
fondo de lo que se habla aquí es de amor.
Una
gran parte de mi familia eran y son campesinos que a duras penas
dominan la escritura. Otra parte, eran trabajadores en los muelles
del Guadalquivir, en Sevilla.
De
todos ellos conservo orgulloso su memoria, gentes de bien, gentes
sencillas que portan con ellos un poso de filantropía nacido de la
necesidad.
Mi
pueblo sabe bien lo que es el dolor, lo lleva incrustado en lo más
profundo de su alma, conoce de sobra el sufrimiento y la injusticia.
¿Vais a venir de fuera a enseñárselo? No tenéis ni idea de a
quienes estáis hablando. Mi pueblo sabe bien lo que es la
hospitalidad, pues siempre la ejerció, de aceptar al extranjero, se
mezcló con él, aprendió sus costumbres y sus saberes. Y mi pueblo
a cambio les dio la paz, les dio el equilibrio, y los enseñó a
contemplar el mundo que los rodeaba.
Un
ejemplo de esa hospitalidad fue la acogida que se hizo al pueblo
gitano, hoy día todavía la mitad de la población romaní vive en
Andalucía, de esa convivencia, nació una de las expresiones
artísticas más reconocible de España en el mundo entero: El
Flamenco.
Esa
hospitalidad, ese afán por acoger al extranjero, también le pasó
factura, pues no fueron pocos los que vinieron con sus espadas y
banderas a conquistar, a someter por la fuerza a este pueblo
sorprendido, quizás esto lleve a pensar a muchos, que los andaluces
hayan sido un pueblo sumiso, bien podrá molestarse quién esto
piense en rebuscar en la historia, que no le será difícil encontrar
referencias que desmientan tamaña falacia. Un ejemplo, durante la
guerra civil, en Sevilla, donde se suele contar que los sublevados se
hicieron con la ciudad sin apenas efectivos, poco se habla de la
resistencia en barrios obreros como Triana o la Macarena, existe una
calle, llamada de San Luis, hay testimonios que hablan de la calle
completamente cubierta de muertos, debido a los combates cuerpo a
cuerpo, por añadir un dato, esta calle tiene unos trescientos
metros, háganse a la idea.
Tampoco
les será difícil encontrar información sobre la columna de los
ocho mil mineros de Huelva, o la historia de Curro Cruz, el seisdedos
y sus compañeros de Casas Viejas.
En
mi familia hay un recuerdo de mi bisabuela, a la que llamaban Carmen,
la cigarrera de Triana, conservo una foto de ella sujetando a mis
tíos pequeños, mi padre aun no había nacido. De esa fotografía ya
no vive nadie. Seguramente aquella mujer nada tenía que ver con la
famosa Carmen de la opera, pero cuidado, era una cigarrera de Triana,
mujeres que organizaban el trabajo y que lucharon por las mejoras
salariales y las condiciones laborales. Eran respetadas y admiradas y
no sería cosa baladí que tu apodo o sobrenombre fuera: la cigarrera
de Triana.
El
clima, la tremenda influencia de ocho siglos de convivencia con
musulmanes, las características geográficas hacen que Andalucía
sea una de las tierras más amables para la vida, su variedad
geográfica, sus ríos, sus campiñas, sus montañas, todas están
llenas de leyendas, de vida, los poetas, músicos, y escritores no
han sido pocos, el embrujo que envuelve este lugar es indescriptible,
desde Ibn Zaydun hasta los hermanos Machado, pasando por Tía Anica
la Piriñaca, por Camarón de la Isla, por Alfonso Grosso, por José
María Requena, por Paco de Lucía, por Blas Infante, por Cecila Böhl
de Faber, por Mercedes de Velilla, por cientos y cientos de mujeres
y hombres que amaron esta tierra y lo expresaron con arte.
¿Verdaderamente
hay gente que piensa que Andalucía es solo un destino turístico?
Nuestra
historia no cabe en los anales, pero no alardeamos de ello, aquí se
habla de reyes, de héroes o villanos como si todavía vivieran en la
calle de al lado, aquí no hay indolencia, hay un modo de entender la
vida, que es difícil de explicar, para quién no es capaz de ver con
sus propios ojos dejando todos sus prejuicios en su casa, para quién
no se da cuenta de como pasa la vida, cerquita, rozándote despacio,
como una caricia despiadada que te dice que eres el protagonista de
esta historia, pero que tranquilo, que el único futuro que te espera
es la tierra, pero que mientras llegas a ella, puedes sentarte por la
tarde, a la fresca, buscando conversación o silencio, esperando que
alguno coja una guitarra y recuerde con dolor y llanto mientras
aplasta su congoja, que la vida es dura de vivir para todos.
el reverendo Yorick.
2 comentarios:
Soy de otra comunidad, pero firmo al cien por cien tu acertado artículo. Muchos de los que así opinan no saben que son filofascistas. Siento lástima por ellos, también por nosotros pues me recuerdan tiempos pasados donde la inteligencia brilló por su ausencia. Una tristeza inmensa por la especie a la que, por desgracia, pertenecemos.
Hecho en falta más artículos tuyos.
Totalmente de acuerdo.Buena contestación para los gilipollas.
Publicar un comentario