SOLEDAD
VÍCTOR
CATALÁ, seudónimo de CATERINA ALBERT I PARADÍS
11 septiembre de 1869. LA ESCALA. España
27 enero de 1966. LA ESCALA. España
-“¡Cómo ha engordado
este hombre desde la boda acá!”
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-¡Qué soledad tan grande!-murmuró
aterrada y sintiendo de improviso su corazón tanto o más sombrío que los
profundos abismos que dondequiera se abrían a su alrededor.
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Asomando por bajo la barretina, la cual
llevaba calada hasta la nuca y con la punta echada hacia atrás y colgándole
sobre el cogote y entre ambas orejas, su cabeza huesosa y de color aceitunado
parecía una calabaza vinatera.
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-¡Hay que confesalo, ermitaña! Enjamás
se vio San Poncio tan bien cuidao. Ha
quedao too como un ascua de oro. Enseguía que vos vi, me figuré que erais una alhaja.
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-¡Para matar el aburrimiento de tu vida
de haragán, porque a ti mismo te está ya dando grima pasarte el día tumbado a
la bartola!
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Ella por fin les confesó que con sólo
un beso había conseguío hacer el
milagro… que es cosa averiguaa que, dende que el mundo es mundo, no se ha encontrao entoavía filtro, añagaza, ardí
ni conjuro más poeroso y fijo pa quitar el sentío a un hombre, por santo que sea, que beso de mujer.
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… el busto, cuya blanca y mórbida
garganta contrastaba con el color azul del corpiño que, algo entreabierto por
haberse, a causa del calor, desabrochado los primeros botones, dejaba adivinar
la turgente exuberancia y plenitud de sus formas.
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¡No decía absolutamente nada porque
Matías estaba dominado por una pasividad absoluta, por una pasividad animal,
pero de animal tan anómalo e inferior, que ni siquiera era capaz de sentir los
estímulos sexuales!...
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… esa especie de clerofobia instintiva
que, aunque oculta en algún íntimo repliegue del alma colectiva, suele siempre
latir en toda multitud, y reflejándose en todos los semblantes a la vez que una
ira reconcentrada la rabia de la impotencia, …
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-¡Me quiere, me quiere! –se decía a
todo esto Mila a sí misma-. Aunque se resista a confesarlo, a dármelo siquiera
a entender, no cabe duda, me quiere.
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Vuestro marío hoy por hoy es jugaor
de oficio. Suele pasase las noches en un garito donde se entretiene jugando a
los daos hasta el amanecer y de día
suele echarse a dormir en otro garito: en la guaría del mal bicho ese.
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Una vez en el borde de la cama, inmóvil
y oprimido el corazón, allí se quedaba sin atreverse a respirar siquiera, por miedo
al despertar del hombre aquel, que para ella equivalía a una catástrofe
terrible.
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-Vámonos, pues… (…)
-¡No, contigo, no!... ¡jamás! –dijo
tendiendo el brazo con ademán fatídico y resuelto-. No trates de seguirme…¡Si
llegases a hacerlo… te mataría!
Y como queriendo grabar esta terrible
amenaza en el fondo del alma de su marido, se quedó mirándolo de hito en hito.
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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