Erase una vez una princesa
a la que le olía el chocho a pescado, además de tener una galopante
invasión de hongos en las uñas de los pies (Ya se que este es un
principio poco ortodoxo para un cuento, pero es que fue la pura
realidad) Pero gracias a la laxitud higiénica de la época, a los
tremendos vestidos que se usaban, y a los afeites y perfumes que se
importaban de todo el mundo, nadie parecía percatarse de estos
problemas. Bueno, casi nadie, hay crónicas en las que las camareras
encargadas de la limpieza de los aposentos de la princesa, hablan del
hedor que desprendían los mismos por la mañana, y de la dificultad
de muchas chicas para asistir a la princesa sin sufrir desmayos o
nauseas. A pesar de estos inconvenientes, la princesa soñaba con su
príncipe azul.
Llegado el tiempo en que
la princesa se encontraba en edad de casarse, su padre el Rey,
dispuso organizar unos juegos y un torneo, según la costumbre de la
época del que saldría el futuro marido de la princesa. Se mandaron
emisarios a todos los reinos conocidos, donde había príncipes
herederos, en edad casadera, aunque algunos pasaban de estos tiempos
con holgura.
Dado lo precario de los
viajes, y de las idas y venidas de mensajeros, se tardó casi un año
en llevar a cabo el esperadísimo evento, pero por fin llego el día.
Fueron 27 príncipes, los que se inscribieron en el torneo, con la
esperanza de casarse con la princesa, y acceder al codiciado trono de
aquel próspero país.
El registro de lo que
sería la Cruz Roja de la época, resume que en la celebración del
torneo, hubo una muerte, 16 fracturas de piernas, 14 de brazos, tres
docenas de costillas rotas, dos inválidos para el resto de sus
vidas, y un ojo perdido.
El vencedor resulto ser un
joven de aspecto simiesco, “Burro como un arado” y poco
inteligente, que resulto no ser un príncipe azul, sino amarillo,
debido a un problema hepático, que le hacía tener esa tonalidad de
piel. Aparte de otros problemas intestinales: digestiones difíciles,
ardores, gases, flatulencias, y que además roncaba como una marsopa
que se ha pasado con la ingesta de krill (Conste que este listado
pormenorizado de los achaques reales carece de una intención
burlesca, más bien atiende a la constatación de los problemas que
conlleva la consanguinidad real)
La princesa, sin estar muy
convencida de su suerte, no tuvo más remedio, que aceptar a aquel
salvaje que la miraba con lascivia y convertirse en su esposa. La
boda se celebró al año siguiente por todo lo alto, como
correspondía al rango de los novios.
La noche de bodas, fue un
suplicio para los dos, pues acostumbrados cada uno a sus humores y
flujos, la mezcla de estos se les hacía insoportable. Lo que los
sumió en una amargura constante.
No tardaron en heredar la
corona del país, por la pronta muerte del Rey en un accidente
mientras cazaba un oso, muy abundantes por aquellas tierras. Los
nuevos monarcas, envilecidos por sus problemas de alcoba se
abandonaron a sus sentimientos, sometiendo al pueblo, a un periodo de
abusos y ruina. La reina agriada en vida, ejercía una política
durísima con su pueblo, aconsejada por sacerdotes aficionados a la
tortura y a imponer su religión a través del terror.
El rey, torturado por su
miserable vida, se dedicaba haciendo uso de su derecho de pernada, a
perseguir a todas las jóvenes y no tan jóvenes que trabajaban en el
castillo, o que vivían en la ciudad o en las aldeas cercanas. No
fueron pocos los habitantes que huyeron de allí, tratando de
proteger a sus hijas.
De ese modo pasaron los
años. Los reyes acuciados por la presión y la avaricia de
perpetuarse en el trono, tuvieron que compartir lecho algunas veces
en su vida. De estas noches ponzoñosas nacieron dos hijos que
podrían competir en vileza, los dos heredaron los problemas físicos
de sus progenitores.
La vida de los reyes se
fue apagando y oscureciendo con los años, igual que su pueblo que
fue menguando y enfermando hasta desaparecer. Como este cuento fueron
caminando en busca de su destino final, nunca fueron felices, y
tampoco comieron perdices, porque al rey le provocaban una fuerte
reacción en la piel y la reina detestaba comer carne de caza.
Y colorín colorado, este
cuento no se si se ha acabado, porque mientras siga habiendo
monarquías por el mundo....ustedes mismos.
Le croniste de la Ville.
1 comentario:
Maravilloso cuento. A mí, que soy monárquico por tradición familiar, me ha hecho evocar ese tiempo que debió de ser apasionante, como usted relata.
Aunque creo que usted lo ha tenido fáci, pues se ha inspirado en las monarquías que actualmente disfrutamos. Pienso, si me permite la sugerencia, que le ha faltado algo -quizás por la falta de espacio-. Detallar las piezas que su majestad la reina era capaz de interpretar, con su chumino cantante. Es una nimiedad que no disminuye para nada la brillantez de la historia.
Felicidades.
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