En lo sustancial,
algo tan aparentemente inocente como el consumo, permite asegurar la
fidelidad colectiva a un sistema que habla permanentemente de
derechos, libertades y democracia. Todo ello con esa otra finalidad más
crematística de incrementar las ventas empresariales. Puesto que, al moverse
sujetas a tales creencias, las masas se entregan sin pestañear a los mandatos
del consumismo, aunque suponiendo que interpretan el papel central de la obra.
Por otro lado, lo de consumir concede cierto estatus personal a nivel social,
con su apreciable componente de bienestar espiritual.(…)
Si el individuo
dedica todos sus ingresos a consumir, y además se endeuda, cumple su función
social como ciudadano, porque satisface a la sociedad, a sus gobernantes
económicos y a los encargados del orden político. Mas si se escaquea y ahorra,
estropea las previsiones presupuestarias. El flujo del dinero se escapa del
control del capitalismo oficial. De ahí la necesidad de atarle y obligarle a
consumir utilizando medidas de política económica y técnicas de marketing
comercial, diseñadas para dilapidar todos sus ingresos y anular su capacidad de
ahorro. El triunfo de la estrategia oficial dependerá del grado de entrega al
consumo y su mayor eficacia reside en hacer más corta la cadena para sujetar de
lleno a los individuos a eso que se ha llamado cultura consumista. De tal
manera se conjuga cualquier posibilidad de contestación al sistema.
Hoy la posibilidad de
redimir a las personas de su condición de esclavas del consumo y llegar a ser
ellas mismas resulta utópica. Aunque pudiera ser que estuviéramos ante lo que
Bloch llamaba una utopía realizable.
De un artículo de ANTONIO LORCA SIERO – (REBELIÓN
9-7-2019)
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EL BOBO DE KORIA
(RECOPILADOR)
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