CUANDO LÁZARO ANDUVO
FERNANDO ROYUELA
Madrid, 1963
Se habían excedido en el cumplimiento
estricto de su papel de matrimonio para toda la vida.
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Las acompañaba un sacerdote con cara de
niño al que la sotana color cuervo le daba un hervor de crueldad.
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Los curas todo lo envolvían con la
patraña de sus arengas, mientras hacían del miedo humano su mejor negocio.
Ángeles, santos, demonios todos enviados de la divinidad para avisar de los
castigos del infierno. La religión no era más que una mentira sociológica, una
forma de mantener a las personas atrapadas en esa tradición de lo sumiso.
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Las fases de la vida no son más que
cuchillos que van cortando la esperanza.
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Toda aquella gente que se conformaba
con su estrechez de miras se merecería un cataclismo que les enseñara a las
claras en qué consistía el mundo que habitaban.
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El ultraliberalismo era lo que
triunfaba ahora: trabajar, producir y competir. Ésa era la conclusión a la que
Europa había llegado, la gran premisa que todos debían acatar.
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Cuando se quedó solo de nuevo, el padre
Garmendia llamó por teléfono a un convento de monjas afin a la Congregación
para pedirles que les preparasen veinte mil bocadillos de sardinas para el día
de la concentración. Había que alimentar a los peregrinos y nada mejor para
hacerlo que con panes y con peces, igual que Cristo, nuestro salvador.
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Una “desaceleración acelerada” y unos
“brotes verdes” y no sé cuántas mentiras más. Unos hijos de puta es lo que
eran. Unos hijos de puta, pero todos sin excepción.
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-No tengo nada que explicar –respondió
Lázaro con insolencia-. Que Dios no existe es una evidencia. Es más, si
existiera habría que matarle de inmediato, fusilarle contra un paredón por
haber permitido la injusticia y el dolor de la humanidad.
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Ya descubriría por sí sola que la vida
y la muerte son instantes de lo mismo, de la nada de lo que todo forma parte,
de la nada a la que todo va, de esa misma nada que escapa a la comprensión del
ser humano y que la sume en la perplejidad.
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Éste es un país de mediocres, de
envidiosos, de borregos, de gentes con muchas tragaderas, todos atontados con
el fútbol y las cogorzas de los fines de semana.
EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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