Hacer
turismo es viajar muy lejos en busca del deseo de volver a casa.
F. ELGOZY
He viajado mucho, durante años he
aprovechado el periodo vacacional para ir a los lugares más lejanos y exóticos.
Pero ha sido el viaje del último estío el más gratificante de todos los
realizados hasta ahora. No cabe duda que esto se debe a la ciudad donde he
vivido este corto mes. Los anteriores habían sido compulsivos: debía partir
cuanto antes; recorrer el mayor número de kilómetros posibles; hacer muchas
fotos; comprar recuerdos estúpidos que, al igual que las fotos certificaran mi
presencia en aquellos lugares (fotos, que al verlas no sabía a qué lugar
pertenecían). Como colofón, debía volver con el semblante radiante de felicidad
y optimismo aunque el viaje, desde el primer momento, hubiese resultado fatal
en todos los aspectos.
Esta vez, he viajado a pie, y esto
me ha permitido conocer a fondo la ciudad elegida y a sus habitantes. Los que
me acompañaban, de meros conocidos, han pasado a ser amigos gracias a las
calmadas conversaciones donde se mezclaban asuntos triviales con los temas más
trascendentes relacionados con nuestras vidas; así, hemos llegado a conocernos
y trascender el mero escarceo del interés mutuo. Hemos conseguido atravesar
diagonalmente calles procelosas sin temor a ser arrollados. Hemos descubierto
el placer de pasear sin esquivar los empellones del tráfago de cualquier urbe.
Hemos degustado platos sabrosísimos, ajenos a los impuestos por el negocio
hostelero. Nos hemos perdido por barrios de una fealdad y miseria manifiesta
que nos han hecho evocar los de algunos reportajes de países remotos; allí
hemos convivido durante horas con gentes de nuestro entorno. Así, hemos podido
saber de ellas, de sus proyectos y sus problemas, de su realidad más allá de
las cifras de las estadísticas y conocer de primera mano la parte oculta de esa
ciudad. Edificios extraordinarios por lo nefasto para el medio donde están
ubicados, así como otros que lo eran porque invitaban a cambiar de residencia y
convivir en ese entorno hecho a escala humana. Sin el estrés de anteriores
vacaciones y sin la avidez por acumular imágenes para llevar consigo, mirábamos
a las gentes de la ciudad y a los turistas, todos agitados corriendo en pos de
algo o por algo inalcanzable por la misma PRISA impuesta por intereses ajenos;
nos hemos visto reflejados en ellos en otras ocasiones y hemos sonreído con
compasión.
El retorno a la realidad cotidiana,
a diferencia de otros años, no me ha supuesto un trauma. He regresado, no diré
con un espíritu nuevo, pero sí distinto, sosegado. Así, creo que este viaje
me/nos ha servido para alejar la depresión que antes, invariablemente, me
suponía el retorno. Pues, sin saberlo, los viajes acrecentaban mi agitación y
mis nervios, convirtiéndose en una tortura que deseaba que concluyese al día
siguiente de iniciarlo.
Cuando hemos mostrado a otros amigos
nuestras fotos y nuestras experiencias, con un punto de envidia, nos han
apremiado a que dijéramos qué lugar habíamos visitado esta vez: LA MISMA
CIUDAD EN QUE RESIDIMOS DESDE HACE 18 AÑOS.
EL BOBO
DE KORIA
1 comentario:
las ciudades invisibles...
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