EL DIRECTOR. Secretos e intrigas de la prensa narrados por el
exdirector de EL MUNDO
DAVID JIMÉNEZ
Octubre de 1971. BARCELONA. España
Ministros, banqueros, consejeros delegados,
comisarios corruptos y periodistas de dudosa moralidad protagonizan esta historia
sobre las intrigas del mundo del periodismo y los hilos secretos que gobiernan
España.
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El despacho del director de El Mundo había sido en todo ese tiempo
uno de los mayores centros de influencia del país, cortejado por reyes y
jueces, ministros y celebridades, escritores y cantantes, caciques y
conseguidores.
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“Te conozco y me temo que no sabes
dónde te has metido… Puede que no seas lo suficiente hijo de puta para este
puesto. Y no digo que lo tengas que ser, ¿eh?” (Un reportero del periódico al
nuevo Director).
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Los despidos se decidían a menudo sin
tener en cuenta los méritos, en reuniones donde los jefes sentenciaban el
destino de reporteros, maquetistas o fotógrafos en función de manías personales
y amistades de conveniencia.
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Moncloa esperaba que nuestro periódico
tomara la postura “patriótica” de apoyar a su candidato. “No son tiempos para
la neutralidad”, me dijo el ministro del Interior, Jorge Fernández Días, en una
frase que luego repetirían varios de sus colegas.
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Me costaba entender por qué un grupo de
comunicación supuestamente independiente iba a agasajar de aquella forma a un
Gobierno que estaba haciendo todo lo posible por mermar la libertad de prensa,
incluida la nuestra.
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Los estudios de mercado eran
deprimentes, porque demostraban que a muchos lectores de prensa no les
importaba la calidad de la información o su rigor, sino que el diario reforzara
sus creencias y posiciones.
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El banco, (BBVA) como otras empresas
del IBEX, tenía un fondo dedicado a comprar favores periodísticos, ayudaba a
crear diarios de periodistas afines y premiaba a los líderes mediáticos que
ayudaban a mejorar la imagen de su presidente.
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Las comidas gratis en los mejores
restaurantes, los coches prestados indefinidamente y los créditos a intereses
inimaginables para el resto de los mortales estaban a la orden del día.
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El expolítico del Partido Popular (Paco
Marhuenda) dirigía La Razón y había
firmado algunas de las portadas legendarias del Nuevo Periodismo español. Una de ellas revelaba una encuesta que
daba como ganador en unas hipotéticas elecciones generales al exministro
franquista Manuel Fraga, que llevaba cinco años muerto.
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Tenía asumido que jamás convencería a
nadie de que iba en serio cuando decía que mantendría la independencia del
diario, decidido a criticar los disparates, absurdos y corruptelas de ambas
Españas, pero insistí en la idea de todas formas cuando llegó el turno de que
Albert Rivera presentara sus propuestas en nuestro foro de La España Necesaria...
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Empezaban a llegarme señales de que el
poder político se estaba moviendo en mi contra. Un comisario de policía de
Cataluña me había transmitido a través de mi entorno que el Gobierno estaba
maniobrando para forzar mi salida.
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La sección de Deporte había abierto ese
día con la victoria del Real Madrid frente al Valencia (4-2) y tres goles del
jugador croata Davor Suker… Cuando Jota (Pedro J. Ramírez) llegó a la noticia,
su rostro se desencajó, las órbitas de sus ojos parecieron estar a punto de
salir despedidas y su puño golpeó la mesa, haciendo que todos diéramos un
pequeño salto en nuestros asientos: -¡Sois unos gilipollas!...
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-¿Qué es esa mierda de que te has
quitado el chófer?
-No lo necesito
-¿Ves? A eso me refiero. Te tienen que
ver como el director y el director va a todos los lados con su chófer, no va a
trabajar en autobús.
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Amelia me dio una bolsa donde meter mis
cosas. No había mucho en los cajones: un puñado de invitaciones no utilizadas
para el palco del Real Madrid…(…)
Me marchaba con la mochila tan ligera
como el día que llegué. Sin deberle un favor a nadie. Sin que nadie me lo
debiera a mí.
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El Secretario estrenó un flamante
Jaguar tras cerrar el último ERE. Los despidos reprodujeron los vicios de los
anteriores: apaños entre jefes para salvar a sus protegidos y castigo a quienes
habían osado salirse dela línea o impulsado cambios que tocaban cortijos e
intereses.
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La empresa reconocía que mi despido
había sido improcedente –no existía causa objetiva: había cumplido con mi
deber- y accedía a pagar la indemnización acordada tras 20 años de trabajo en
el diario.
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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