UN LIBRERO
ÁLVARO
CASTILLO GRANADA
1969. BUCARAMANGA.Colombia
Hace unos días vino mi nieta y se llevó
una caja. Hay un momento en la vida en el que uno debe aligerarse. Ya las
escuchamos sonar. ¿Quiere tomarse algo mientras mira los libros? (…)
Imagínese: a los setenta años hay que
escoger muy bien lo que se va a leer. Y lo que se va a hacer. Cada vez hay
menos tiempo.
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De esa librería fui rescatado por un
poeta a quien le encantaba beber aguardiente, fumar, jugar ajedrez, tomar tinto
bien oscuro y charlar con sus amigos en la mesa de un café. Ahí me tenía cuando
se lo regaló a una muchacha de nombre hermoso, Claudia Patricia, a la cual vio
pasar, acompañada de sus padres, por la carrera 7 con calle 18.
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…sintió
que unos pasos se acercaban a ella y unas manos cazaban las naranjas que
pretendían escapar hacia quién sabe dónde. Y cuando las recibió, alzó los ojos
y vio que ese hombre que le alcanzaba sus naranjas era Julio Cortázar.
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Si le soy honesto, lo que más hago,
cuando camino, es mirarle las tetas a las mujeres. Tienen, sobre mí, un efecto
hipnótico, celeste, concupiscente…
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Me miró porque se sintió observada y me
sonrió. En su sonrisa cabía el mundo. Dios… Dolía mirarla. Sí soy ateo. ¿T qué
importa que nombre a Dios? Ante ciertos momentos y criaturas dela naturaleza la
única expresión que cabe es esa: “Dios”.
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Este libro estuvo preso. Literalmente.
Estuvo
encerrado en una celda de la Penitenciaría Nacional de Valledupar junta a su
lector, que pagaba una condena de diez años por rebelión. Yo fui el que se lo
hizo llegar a través de la mano solidaria de una mujer de poquísimas palabras y
rostro humilde cuyo nombre ya no recuerdo.
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Hay libros a los que es doloroso
acercarse. Su lectura nos marca, nos deja una huella profunda en el alma, un
sabor amargo en la boca. Muchas veces estos libros cuentan historias simples,
sencillas, de todos los días, esa que llamamos “de lavar y planchar”, con tal
intensidad, con tanta carga emocional, que es imposible olvidarlas.
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Los
libros no tienen tiempo porque viven en un eterno presente que se desata y
reactualiza cuando encuentra sus destinos en las manos de un lector.
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Volví
a leerlo como si fuera la primera vez. Aunque si lo pienso un poco, siempre que
se lee es la primera vez: los lectores ya no somos los mismos, el libro tampoco
es el mismo.
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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