Ayer lo vi en dos
telediarios de diferentes cadenas de televisión: En el 80 cumpleaños
de Amancio Ortega, sus trabajadores le regalan un bailecito en
directo en una de sus fábricas, y le graban un vídeo con la misma
coreografía, desde un montón de tiendas repartidas por todo el
mundo. No falta por parte de los presentadores, el manido relato del
hombre hecho a sí mismo. Aquel comerciante que empezó con una
pequeña tienda en A Coruña, y terminó con un imperio. Poco más o
menos como su colega, el del Corte Inglés.
Me pregunto cuantos de
esos sonrientes trabajadores, que felicitan a su jefe, no
participarán en la efeméride coaccionados, con miedo a ser
señalados, o despedidos.
¿Cuántos se habrán negado? ¿De verdad que todos
participan con entusiasmo en esta payasada? No es el único ejemplo.
Hay un anuncio de una marca de electrodomésticos, donde se utiliza a
trabajadores jubilados, para intentar emocionar a los potenciales
compradores, contándoles con el cariño con el que estos jubilados
participaban en la fabricación de las lavadoras. Muy
conmovedor...Estas relaciones tan cariñosas entre empresas y
trabajadores.Lejos de hablar con resentimiento, hablo con conocimiento de causa. Fueron cuatro, las fabricas con cadena de montaje, donde perdí algunos años de mi vida, por miserables sueldos, con contratos basura, y la indiferencia de aquellos que gozaban del privilegio de estar fijo en plantilla. Supongo que serán el tipo de jubilado que se desvive en alabanzas hacía sus jefes, mientras gozan de su retiro. Los mismos que no participaban en las huelgas, y a los que comúnmente se llama: Esquiroles.
Los mismos que estaban siempre dispuestos ha hacer cualquier sacrificio, principalmente económico, para que todo siguiera como estaba, esto es, para que ellos no perdieran sus puestos de trabajo, mientras compañeros en situaciones más precarias, caían con cada nueva reforma. Comprendan que no me emocione, cuando veo artimañas publicitarias como estas, y que por el contrario me acuerde de los que no se ven en los anuncios: Los niños que cosen en talleres infectos durante horas y horas dejándose la vista, la espalda, la vida, por salarios miserables, en Vietnam, La India, China, y quién sabe cuantos lugares más. Los trabajadores precarios, de esas empresas, o de empresas subsidiarias. Los miles de chanchullos, injusticias, accidentes laborales, situaciones desesperadas que esconden esas sonrisas estúpidas de los bailarines...Y ese afán por mostrarnos una uniformidad de pensamientos, de actos, todos felices, todos partícipes, todos agradecidos. No, no me lo creo.
Hace unos años, trabajaba en una fábrica de Thomson Televisión, como pintor en sus líneas de montaje. En un pueblo de Cuenca. De repente en la cabina de pintura, entró uno de los encargados. Con su habla limitada y sus pocas luces me dijo que a las doce de la mañana se pararía toda la fábrica para realizar un minuto de silencio por un atentado que había ocurrido el día anterior. Ni siquiera supo decirme, donde había sido, o lo que había ocurrido, simplemente era una orden de arriba. Le dije que vale, y llegado el mediodía, seguí pintando televisores, mientras todos los compañeros de la fábrica, reunidos junto a la puerta, permanecían en silencio, yo los veía por la ventana de la cabina de pintura, ellos me miraban. Nadie me dijo nada, ninguno de los dos encargados se atrevió a increparme nada.
Algún compañero alabó mi gesto, diciéndome que le hubiera gustado hacer lo mismo.
Nadie tenía que decirme cuando bailar, ni entonces ni ahora.
Nadie tiene que obligarme a compartir sus ideas, bajo coacción laboral. No hay clausulas que digan nada parecido en el contrato. Ni yo lo firmaría de ser así.
Tal vez les funcione la campaña publicitaria, tal vez, en estos tiempos extraños, los trabajadores harían cualquier cosa por el bien de su empresa, tal vez...
Pero en realidad, pienso que están lejos de conseguir esa sumisión total, esa aceptación de sus normas, políticas o lamentos.
Hoy es primero de Mayo. Asómense a sus ventanas.
El reverendo Yorick.
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