SUPERHÉROES DE BARRIO VIII

Hace bastante tiempo que ninguna noticia “especial” llama nuestra atención, que ningún acto fortuito, inocente o no, y cuyas consecuencias no podría prever nadie, y mucho menos el despistado protagonista, se cuela en estas páginas, de hecho, solo siete lo habían conseguido a lo largo de los años, y sinceramente creía que ninguna genialidad volviera a remover la soporífera cotidianidad a la que estamos acostumbrados.
Pero hete aquí que hace unos días, durante una visita a casa de mis progenitores, oí una historia que me hizo temblar de pies a cabeza. ¡No podía ser! ¡Me estaban contando lo que llevaba meses esperando oír! Y encima la historia era genial. Inmediatamente pensé en reabrir esta sección porque lo que escuché es de lo que cuesta creer, y cuando lo oyes, no puedes evitar soltar una estruendosa carcajada.

Para situarles les diré que los hecho ocurrieron en una ciudad del sur, muy mariana, donde es casi imposible andar unos pocos pasos, sin encontrar una iglesia, una capilla, una placa recordatoria de algún individuo consagrado a dios, una monja, una cruz, o una calle cuyo nombre no haga referencia directa al reino de los cielos. Se comprende fácilmente, que las fiestas mayores de dicho sitio estén dedicadas a lo divino, para desgracia de algunos cuyo fervor religioso siempre brilló por su ausencia.

Esta fiesta, como ya habrán imaginado, es “La Semana Santa” Unos demenciales siete días, donde las calles son tomadas por procesiones que realizan su estación de penitencia, encabezadas por imágenes de madera relacionadas con la pasión de cristo y seguidas y veneradas por una multitud de acólitos, simpatizantes, curiosos, carteristas, beatos y fundamentalistas religiosos. Además de vendedores de globos, garrapiñadas, altramuces y juguetes.
Muchos han hecho de estos días, la razón de su existencia, pasan el año contando los días que faltan para volver a disfrazarse de nazareno, o para colocarse su traje azul, engominarse el pelo y ser más devoto que nadie. Estos individuos, superan la vulgaridad de romperse la camisa, para romperse directamente el alma por su hermandad, su virgen: la más guapa. Y su cristo: el que más sufre.

Y aquí entran los protagonistas de la historia, una pareja de ancianos cuya vida cambió de un año para otro. Resulta que el anciano se murió, dejando sola a su desconsolada viuda. Una señora que ideó un plan para que su finado esposo acabara cerca de su dios. Supongo que esta alternativa se le ocurrió asaltada por las dudas de la viabilidad de una vida eterna en el cacareado paraíso. Pensaría la buena mujer aquello de: “Lo que va delante, va delante” Y por lo menos ella descansaría tranquila, sabiendo que su “Paco” acabaría junto a lo que había amado tanto en vida.

Llegados a este punto de la historia, creo necesario cambiar el enfoque, y presentar a los otros protagonistas: El capataz de la procesión, los costaleros, y el público.
No puedo llegar a imaginar el gozo que supone para alguien decir: “Yo soy el capataz del Cachorro” Una de las procesiones más famosas de Sevilla y con más prestigio. Para los que no estén puesto en la liturgia cofrade, les diré, que el capataz, es el encargado de dirigir la marcha del “Paso” los ojos de los costaleros, que son los portadores del cristo y que no ven nada, escondidos bajo los faldones del impresionante armatoste. Así que ese hombre de voz férrea, se impone a la música de la banda para mandar parar, girar, andar, mecer o levantar el paso, bajo las admiradas miradas de miles de personas que acuden entregados a ese baño de fe, miles de ojos clavados en ese cristo, ojos llorosos, implorantes, contritos.

Supongo que nadie se extrañaría de aquella anciana que se paró ante el paso, que extasiada y llorosa contemplaba la humana y sufriente imagen de ese cristo idolatrado. Aquella anciana que con gesto mecánico y mientras rezaba una plegaria desenroscaba la tapa de una urna que portaba ¿Una urna? Si, una urna, concretamente una funeraria, donde los restos de su “Paco” reposaban, hasta ese momento quiero decir, porque la señora, ni corto ni perezoso, arrojó las cenizas de su cremado esposo contra el paso del Cachorro. Calculo que un kilo, o kilo y medio de ceniza apelmazada, que en su mayoría fue a parar a la espalda del capataz, y a las narices de los costaleros y del público que rodeaba el paso.
Ante unos primeros segundos de estupor, los testigos hablan de los gritos que daba el capataz: ¡Un muerto! ¡Me han tirado un muerto encima! Los costaleros de delante, que vieron una nube de polvo colarse por las celosías que hacen de respiradero, y los gritos de la gente que manoteaba en el aire espantada.
Y aquella devota mujer preguntándose ¿Por qué tanto escándalo? ¿Acaso no había sido su marido cofrade durante treinta años?
El pobre capataz que seguía chillando, a punto de sufrir un síncope, pidiendo a gritos que le trajeran una chaqueta limpia, e implorando a su ayudante que se lavara las manos...

Esto es lo que más gracia me hace, tanto predicar el perdón, la ayuda al necesitado, el paraíso, y luego el contacto con lo terrenal es lo que los pone en evidencia, las cenizas de un muerto, la mugre de un indigente, el olor de la miseria, la presencia de un excremento... Me da a mí, que estos quieren el cielo para ellos solo, un calco de sus vidas programadas e impolutas donde sigan poniéndose la corbata debajo del batín, y donde nadie haga nada fuera de lo establecido, de ahí, que esa señora y el difunto, sean auténticos héroes de barrio, porque de manera fortuita, los pone en evidencia y muestran su verdadero rostro, uno que queda muy lejos de lo que se hartan de predicar.

El reverendo Yorick.



1 comentario:

Anónimo dijo...

La Andalucía profunda... tan somera.