El burro Morales

Historias para ser contadas. Oí hace poco hablar del burro Morales, habitante olvidado e incierto de ese páramo histórico español anclado en el siglo XX. El tal Morales, pollino para más señas, era servidor, esclavo, y víctima, del tío Antonio Morales un muerto de hambre miembro de la lista interminable de desgraciados que tuvieron la suerte dudosa de vivir esos años. El hecho de que fuera el flamante poseedor de un burro ya lo colocaba por encima de la media, sus aspiraciones de hidalguía se mostraban en el modo en que trataba a todos, incluido el burro. Imagínense un paisaje lunar de terrones y tierras áridas, donde solo las malas hierbas parecen felices y la lucha de los humanos allí condenados a buscarse el sustento, arrancando frutos resecos a una tierra habitada para penar. Abandonados de todos, arracimados en la desgracia y peleando por parecer más que nadie.

Nuestro Rucio, héroe anónimo de tantas y tantas historias, sufría en silencio, roto por algún rebuzno lastimero, las crueldades de su amo. Año tras año, un maltrato sistemático provocado por las frustraciones humanas, que problablemente se expandían al resto de su familia. El tío Antonio Morales sostenía una incierta moral. Sus miserias y sus insustanciales ambiciones insatisfechas eran sufridas por su prole, su mujer, y su burro. Lo que no predecía el pobre hombre era lo que el destino le tenia deparado, un hecho difícil de analizar desde nuestra encomiable posición, es fácil juzgar, cuando el juzgado es otro, y los tiempos pasados son inimaginables.

Pongamos sensatez humana en los pensamientos del burro Morales. Años y años de tortura, de maltrato, de vida perra que diría su congénere el Moro, cánido muestrario de costillas andantes. Llegada la senectud de nuestro Platero destronado y viendo que los días que él recordaba, eran los mismos que vivía en su ya clara vejez. Colmose su paciencia para con su amo y un buen día en que su divino emperador le gritaba y apaleaba como de costumbre, el pollino tuvo a bien levantar una de sus ancas traseras, y con la misma patalear a su maldecido amo en el centro del pecho, con la fortuna de que su espalda diera a dar contra el brocal del pozo, y que la gravedad hiciera el resto. Podríamos resumir, restando horas de agonía, que el otrora soberbio Antonio Morales, se debatió en febril lucha con la muerte durante horas, en la profundidad del pozo andaluz, cuyo caudal no andaba por menos de los cinco metros de profundidad, huelga decir que el hombre no era muy ducho en las artes natatorias, debido a las circunstancias de su nacimiento muy lejos de una fuente de revitalizante agua, tan necesaria para el desarrollo normal de todos los seres sean humanos o no. De modo que el tío Antonio, descubrió de repente que toda la mierda que había vertido sobre su limitado mundo no tenia razón de ser. Lo que viene a ser una lección imprescindible en este purgatorio y esta vida tan cruel a la que somos enviados. Llegados a este punto de la historia, donde desconocemos el futuro del burro Morales, podríamos imaginar que él mismo termino su existencia arropado por su familia, por haberles librado, desde su ignorancia, de tamaño imbécil como era el tío Antonio Morales. El burro no pasará a los anales de la historia de esa familia, pero desde luego que tendría que ocupar un lugar de honor en el devenir de aquella prole de desgraciados, de donde rescaté la misma contada por uno de sus herederos que sí que aprendió lo que te puede enseñar una anécdota.

el reverendo Yorick

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este relato me ha retrotaído a un tiempo muy remoto y agradable, mejor que el actual.
Estupendo Yorick
Saludos