Nacionalismo y anarquismo
Los historiadores, en líneas
generales, han analizado los presupuestos teóricos del anarquismo, planteando
los problemas de modo absoluto. Este método tiene como objetivo encontrar, del
modo más sencillo posible, la descalificación sin paliativos de las teorías
anarquistas que es, en definitiva, la base de la cual parten la mayoría. Por
tanto, suponer que tratan de analizar los problemas sociales y poner de relieve
de qué forma han sido encarados por los distintos movimientos y en particular
por el anarquista, es una falsedad que conduce, en el mejor de los casos, a una
terrible confusión.
Tal es el caso, por ejemplo,
del nacionalismo, el cual presenta numerosos problemas metodológicos, pero en
sustancia el más grave es la mescolanza de conceptos que se han ido
incorporando para significar cosas muy diversas, tejiendo en su torno una
tupida red que impide encarar el problema con un mínimo de rigor.
Sin embargo, el anarquista
alemán Rudolf Rocker ya planteó la cuestión en unos términos que dejaban pocos
resquicios a la duda. Desde que su libro -Nacionalismo y Cultura- fue
publicado por primera vez en los años treinta, muy pocas novedades han sido
introducidas en este tema. Puede ser analizada la cuestión desde otras
perspectivas o profundizar aspectos poco explorados de la misma, pero los
presupuestos básicos del enfoque anarquista sobre el nacionalismo es difícil
que sufran variación.[1]
Precisamente partiré de una
de las tesis del libro para desarrollar y sintetizar el punto de vista del
anarquismo en torno a tan espinosa cuestión. Efectivamente, para Rocker: “La
nación no es la causa, sino el efecto del Estado. Es el Estado el que crea la
nación, no la nación al Estado. Desde este punto de vista, entre pueblo y
nación existe la misma diferencia que entre sociedad y Estado.”[2]
En mi opinión es sumamente
importante este punto de partida, porque puede sernos de mucha utilidad para
tratar de extraer de la confusión los aspectos reales de los conflictos
nacionalistas. El Estado, surgido de la Revolución francesa, generó la idea de nación,
desconocida hasta entonces, cercando un determinado territorio y dotándolo de
una determinada estructura política favorable al desarrollo del sistema
económico capitalista. Posteriormente se irían incorporando a este concepto
diversos aspectos míticos: sus orígenes -casi siempre heroicos- sus creencias,
costumbres, etc. Como más adelante veremos con más detalle, esta idea está en
crisis desde hace largo tiempo y sus reminiscencias dan lugar a confusiones hábilmente
explotadas por los servidores del Estado.
Pero, para entender en toda
su complejidad la idea anarquista, es preciso que nos detengamos un momento en
su formulación teórica del Estado. El anarquista italiano Camillo Berneri así
lo definía: “Los anarquistas se diferencian de los marxistas en considerar
al Estado como un órgano de clase y no interclasista como afirman éstos. Según
Marx-Engels, el Estado habría surgido después de haberse formado las clases.
Esta concepción, que constituye un retorno a la filosofía del derecho natural
de Hobbes, es rechazada por los anarquistas, que consideran el poder político
como el principal origen de las clases y de esta concepción histórica inducen
que la destrucción del Estado es la conditio sine qua non de la extinción
del capitalismo”.[3]
Bástenos esta definición para
calibrar cuál fue la posición de los anarquistas frente al hecho nacional,
inseparable de la idea de Estado. La idea nacional -a la par que el Estado- se
fue desarrollando y consolidando a lo largo del siglo XIX, dando lugar a
guerras de independencia para liberarse del yugo de alguna potencia extranjera
o para reclamar sus derechos nacionales. De esta forma, algunas naciones
desaparecieron y otras surgieron del desmembramiento de algún imperio, pero en todos
los casos el proceso sería el mismo: constitución de un Estado nacional que
delimitaría las fronteras territoriales y asumiría los distintivos y símbolos
propios de la nación en cuestión. En este proceso de asimilación, la secuencia
en la formación de la conciencia nacional poco se diferencia de los rituales
religiosos. Como señala Rudolf Rocker: ”Los Estados nacionales son
organismos políticos eclesiásticos. La llamada conciencia nacional no es innata
en el hombre, sino suscitada en él por la educación; es una noción religiosa:
se es francés, alemán o italiano como se es católico, protestante o judío.”[4]
Partiendo de las premisas
apuntadas anteriormente, no debe extrañar que el anarquismo naciera con
vocación internacionalista, como la única forma de superar los nacionalismos y
las trabas que este concepto suponía para la emancipación del ser humano. De
hecho, en España, la única fuerza política organizada que se opuso
decididamente a la idea de Nación fue la Internacional. Así
lo afirma también el historiador Álvarez Junco: “Sólo la organización
proletaria que penetra con “la
Gloriosa ” rehúsa enarbolar el mito nacional y, sin que
existan en principio razones ineludibles para ello, graba el internacionalismo
en el frontispicio de la ideología socialista, donde se mantendrá
permanentemente, en el caso de los bakuninistas -en consonancia con su
individualismo y su afán de destrucción de los mitos ideológicos, a los que
consideran causantes directos de la opresión política-, y hasta entrado el
siglo XX entre los socialistas marxistas.”[5]
Estos “mitos ideológicos” a
los que se refiere el profesor Junco nos son otra cosa que los fundamentos
ancestrales de la opresión: el guerrero, el sacerdote y el comerciante,
transmutados por obra y gracia de la “Patria” en Capital, Iglesia y Estado.
Pero, cuando en España surge el movimiento obrero internacionalista, la idea
nacional está representada únicamente por la Patria española y a ella dirigirán sus ataques,
centrados éstos en los pilares de sustentación de la opresión: las guerras, la
explotación y el fanatismo. Éstos fueron básicamente los presupuestos del
anarquismo para oponerse al nacionalismo, siempre en nombre de la fraternidad
universal. Cuando surjan en la península ibérica otras corrientes nacionalistas
-específicamente en Cataluña y el País Vasco a finales del siglo XIX- la
postura anarquista -en líneas generales- frente a estas corrientes, será
exactamente la misma. Así lo sintetizaba Anselmo Lorenzo: “Los trabajadores
no deben luchar por un nuevo amo ni por una nueva clase de amos, y es preciso
que manden a paseo a los que vengan con músicas regionales de esas que dejan
subsistentes como si tal cosa el propietario, el capitalista, el explotador y
el usurero; es decir, el usurpador y el ladrón legales.”[6]
Pero, como después se
demostraría en la práctica, un fenómeno tan complejo como el sentimiento de
pertenencia a una comunidad difícilmente podía quedar encorsetado en los
estrechos límites de la crítica política. Y así, la racionalidad de las
reivindicaciones políticas nacionales se vio constantemente atravesada por
otras ideas menos proclives a ser codificadas racionalmente. Entre estas ideas
surgen con fuerza las tradiciones culturales del pueblo, pero se suele olvidar
con demasiada frecuencia el trasfondo reaccionario de estas tradiciones. Ya lo
señalaba el anarquista alemán Rudolf Rocker: ”Todo nacionalismo es
reaccionario por esencia, pues pretende imponer a las distintas partes de la
gran familia humana un carácter determinado según una creencia preconcebida.
También en este punto se manifiesta el parentesco íntimo de la ideología
nacionalista con el contenido de toda religión revelada. El nacionalismo crea
separaciones y escisiones artificiales dentro de la unidad orgánica que
encuentra su expresión en el ser humano; al mismo tiempo aspira a una unidad
ficticia, que sólo corresponde a un anhelo, y sus representantes, si pudieran,
uniformarían en absoluto a los miembros de una determinada agrupación humana,
para destacar tanto más lo que la distingue de los otros grupos. En ese
aspecto, el llamado “nacionalismo cultural” no se diferencia en modo alguno del
nacionalismo político, a cuyas aspiraciones de dominio ha de servir, por lo
general, de hoja de parra. Ambos son espiritualmente inseparables y representan
sólo dos formas distintas de las mismas pretensiones.”[7]
No obstante, los anarquistas
no fueron enemigos de defender aquellos aspectos de las particularidades de una
determinada comunidad que no estuviera en contradicción con su ideología. En lo
que hace referencia a la lengua eran partidarios de potenciar la diversidad
lingüística, pero sin hacer de ello una ideología, ya que para los anarquistas
el idioma no es más que una forma de la comunicación humana, por ello se
mostraron también fervientes partidarios de una lengua común universal que
permitiera el estrechamiento de los lazos entre las diferentes comunidades del
planeta.
En un comunicado enviado por
los internacionales de San Sebastián al Comité Federal se anunciaba que “tratan
de ponerse de acuerdo con todos los vascongados y navarros, para publicar un
periódico de propaganda y que dedicase una sección para el idioma vascuence, a
fin de que las ideas de nuestra Asociación se desarrollen en los más recónditos
caseríos de la montaña.”[8]
El historiador catalán Josep
Termes también constató este aspecto del movimiento obrero catalán, el cual “aunque
no tomó partido oficialmente en defensa de la lengua catalana (...), es
evidente que en la propaganda oral, en el mitin, se utilizó exclusivamente el
catalán.”[9]
Desde un enfoque más emotivo
que racional se expresaba Jaume Bausà sobre este tema en Avenir, una de
las revistas anarco-catalanistas surgidas en los primeros años del siglo XX: "Es possible que una idea germinada en
cervells d`una altra raça produeixi`l desvetllament d`algunes inteligencies
d`una raça diferenta, és dir, pot ser el punt de partida de generoses
aspiracions de millorament social; peró pera que`s transformi en ideal viscut,
en creencia ardenta de la que se`n desitja la realisació, és precis que
s`encarni am les seves propies sensacions, les mateixes del poble que le haurà
donat la seva personalitat; i un cop aquella primitiva idea hagi passat a les
venes de la nova raça, parleu al poble, aleshores, am les mateixes paraules que
ell usa pera expressar‑ne les seves aspiracions..."[10]
Sin
embargo, conviene no dejarse inducir a equívocos por motivos que poco tiene que
ver con la raíz del problema que tratamos. Como bien señalaba el grupo Etcétera
de Barcelona: “Frente a esta realidad de la dominación totalizadora del
capital, ejecutada por el Estado Español, la intervención emancipadora exige
renunciar a la nostalgia y el prejuicio de una identidad fundada en la
mitificación trascendente del lugar en que nos nacen y de la lengua en que nos
adiestran a acatar las leyes de la costumbre y la tradición. Desmitificar la
lengua para recuperarla en la práctica real y comunicativa de las gentes, más
allá de su instrumentalización como categoría fetichizada del espíritu
nacional.”[11]
Pero,
al margen de consideraciones más o menos sentimentales sobre determinadas
cuestiones, el grave problema histórico que se le planteó al anarquismo en este
país fue la búsqueda de una síntesis adecuada entre las aspiraciones de las
comunidades “oprimidas” del Estado Español y la defensa sin paliativos de su
internacionalismo proletario. Algunos historiadores han pretendido liquidar el
problema reduciéndolo a sus aspectos políticos y presentándolo como una
paradoja. El profesor Álvarez Junco, recogiendo ciertas afirmaciones de Pérez Solà,
concluye que “los anarquistas llegaron incluso a mostrarse más desconfiados
frente al nacionalismo “burgués” catalán que frente a la unidad nacional
española, aceptada con muchas menos reticencias.”[12]
Esta
forma maniquea de presentar el problema no contribuye precisamente a superar
los tópicos que la historiografía ha ido perpetuando. En la actualidad se sigue
haciendo un uso similar del concepto de nación y así el Estado Español puede
combatir las tendencias nacionalistas periféricas, velando concienzudamente su
hegemónico nacionalismo.
Hace
algunos años, el grupo Etcétera de Barcelona lo resumía de forma
brillante al analizar el conflicto vasco: “Son las formas de la dominación
del capital, generadoras de identidades vinculadas a la circulación general de
mercancías, las que arrinconan, en última instancia, la cultura vasca,
haciéndola aparecer como algo ancestral y anácronico frente al discurso
modernizador, perfectamente sincronizado con la evolución del capital
transnacional, del Estado Español que ha sacado partido de la ventaja histórica
que supone el ejercicio del Poder y su consolidación como Estado
internacionalmente reconocido. Es así como el Estado español escamotea su
propio atavismo ultranacionalista bajo una práctica capitalista abierta a las
más modernas formas de la dominación transnacional capitalista. De este modo,
el nacionalismo español, en cuanto garantizador del “orden interior”, es
perfectamente funcional dentro del denominado mercado global.”[13]
Para
cualquiera que analice la cuestión sin prejuicios, resulta evidente que el
anarquismo, defensor de la autonomía individual o colectiva y partidario de los
municipios libres, y por consiguiente contrario a cualquier forma de autoridad,
no podría jamás enfrentarse al deseo de emancipación de cualquier comunidad. En
este terreno la complejidad del problema se presenta cuando ha de dilucidarse
si esta emancipación debe lograrse instaurando una nueva forma de opresión o
bien debe hacerse liberándose de todas las opresiones.
El ya mencionado grupo Etcétera
lo definía con meridiana claridad haciendo referencia al País Vasco: “Porque,
¿de qué estamos hablando cuando nos referimos al derecho de autodeterminación
del pueblo vasco?, ¿del derecho de unos profesionales de la política a gestionar y administrar la vida, lengua y
cultura de sus congéneres, cuya identidad se funda en la fabulación
mítico-arqueológica de un origen (prehistórico) común, o de la
autodeterminación de la subjetividad vasca que busca la emancipación de las
trabas que le impiden ejercer la libre determinación de su propio proyecto
existencial? ¿Es posible una afirmación de la identidad en clave estrictamente
nacionalista sin que, más tarde o más temprano, derive hacia una práctica tan
perversa como la llevada a cabo por el
Estado Español en el proceso de españolización de la Península Ibérica
y sin que conlleve un proceso de depuración étnica o de reetnificación, como
sucede en los Balcanes?”
Este es, a grandes rasgos, el
problema que se plantea al enfrentarse al hecho nacional y fue también el
problema al que tuvo que enfrentarse el anarquismo en su evolución histórica.
Desde luego no faltaron intentos de hacer compatibles las aspiraciones del
anarquismo con el catalanismo popular[14],
pero quienes en un primer momento abanderaron las reivindicaciones del
catalanismo -la fracción más reaccionaria de la burguesía- no facilitaba la
tarea a quienes lo intentaron. Esta fue precisamente la pretensión de Llunas i
Pujals, ya que “no es tractava unicament de definir-se com a nacionalista, sino
fonamentalment de treure credibilitat al projecte dels sectors conservadors”[15].
También lo intentaría el grupo de anarco-catalanistas reunido en torno a la
revista Avenir, con Felip Corteilla a la cabeza, a principios del siglo
XX, pero con resultados bastante frustrantes.
La revista Bicicleta,
surgida en los primeros años de la denominada transición, advertía que la
“cuestión nacional” era todavía una asignatura pendiente del movimiento
anarquista: “La llamada “cuestión nacional” fue un problema que, si bien
tratado por algunos teóricos del anarquismo (Bakunin, Kropotkin, Rocker, etc.)
de manera unas veces parcial y otras veces práctico, no obtuvo el eco que
hubiera debido tener entre los libertarios dada su importancia global en la
época de las descolonizaciones y luchas de liberación nacional. Es este un
lastre pesado que debemos solucionar hoy los cenetistas de una manera global,
clara y urgente, No faltan en nuestra organización principios y métodos que
pueden ayudarnos a resolver el problema en la más clara línea libertaria.”[16]
Pero no es sólo el anarquismo
quien tiene pendiente la resolución de este espinoso asunto, ya que es un
problema que nos afecta a todos aquellos que estamos interesados en encontrar
una solución adecuada a la opresión del Capital y también del Estado en todas
sus manifestaciones. Y como señala el grupo Etcétera: “De ahí que sea
necesario un acto de radicalidad crítica para articular la autodeterminación de
la subjetividad vasca (de su lengua, cultura y formas de organización social),
es decir, de la subjetividad que se quiere realmente para-sí, desprendida de
las connotaciones españolizadoras tanto como de las vehiculadas por la
dominación del capital, que decreta la disolución de todas las formas
culturales reminiscentes. En este sentido, la afirmación de la identidad vasca
(pero también la de las demás colectividades) sobrepasa los términos de la
identidad nacional nostálgica y trascendente, para constituirse como identidad
cuya naturaleza es inseparable del hecho capitalista. Es decir, de la
capitalización de la subjetividad, en virtud del cual toda experiencia humana
tiende a convertirse en valor de cambio, en forma de mercancía, y la condición
humana misma aparece sustancialmente reducida a la forma de ser fuerza de
trabajo, valor de cambio dentro del proceso trasnacional de producción de
mercancías que subsume los rasgos reminiscentes de la identidad pretérita.”[17]
Sobre todo en el actual
estado de desarrollo del Capital. Su deslocalización ha agudizado sus
contradicciones con el Estado y ha sumido en una grave crisis al Estado-Nación
al arrebatarle uno de los principales pilares de sustentación legitimadora. En
este más que probable enfrentamiento por seguir definiendo el territorio de la
opresión, nuestra crítica debe necesariamente agudizarse para diseccionar
cuidadosamente un proceso en el que se podría llegar a creer que el Estado
podría convertirse en el garante de nuestras libertades, tal como asegura la
liturgia democrática.
Paco Madrid
Bibliografía
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(1870‑1874)
(1969), Barcelona, Universidad de Barcelona, 2 volúmenes
Álvarez
Junco, José (1976), La ideología
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Alvarez
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Bausà,
Jaume (1905), "Importancia del llenguatge para l`assimilació
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Berneri, Camillo (1964), Pietrogrado
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Olivé Sarret, Enric (1987),
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Termes
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Termes
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Vicente Izquierdo, Manuel
(1999), Josep Llunas i Pujals (1852-1905). La Tramontana i el lliure
pensament radical català, Reus, 200 páginas
[1] Aunque el libro fue
escrito en alemán, la primera edición del mismo se realizó en España en 1936,
traducida al castellano por Diego Abad de Santillán. La última edición en
castellano publicada en este país es la de La Piqueta de Madrid de 1977,
completamente agotada desde hace años. Esta última edición es la que aquí
utilizaré.
[2] Rocker, Rudolf (1977), 249
[3] Berneri, Camillo (1964),
184
[4] Rocker, Rudolf (1977), 252
[6] Lorenzo, Anselmo (1899)
[7] Rocker, Rudolf (1977), 266
[11] Etcétera (1996),
26
[12] Alvarez Junco, José (1984), 57, Véase la interesante réplica a este
artículo en Olivé Sarret, Enric (1987), haciendo alusión a la diferente
sensibilidad que muestran los historiadores que trabajan desde Madrid y los
historiadores catalanes al encarar el estudio del fenómeno nacionalista.
[13] Etcétera (1996),
25-26
[14] Desgraciadamente no
existen muchos estudios que profundicen en esta cuestión. El estudio de Termes Ardévol, Josep (1977b) fue uno de los
pioneros. Muy interesante el trabajo de Vicente Izquierdo, Manuel
(1999), sobre Josep Llunas, uno de los primeros internacionalistas que
intentaron conciliar el anarquismo con las aspiraciones nacionales catalanas.
El artículo de Olive Sarret, Enric (1986), incide de modo particular en el
anarco-catalanismo de Llunas.
[15] Olive Sarret, Enric
(1986), 19
[16] Bicicleta (1977)
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