Estoy seguro que entre
los contados lectores de este blog abundan los conocedores de la obra de Thomas
Bernhard. Para mi, la lectura de sus libros siempre supuso un trabajo de
conocimiento de mi mismo, es como si el autor, con manos de cirujano hurgara en
mi cerebro, despertando neuronas y provocando en estas chispazos de empatía y
reconocimiento. De todas sus obras, hay una en particular a la que acudo con
asiduidad y en la que veo numerosos atisbos de cercanía a mi propia realidad.
Se trata de: Extinción. Un brutal y certero trabajo de sinceridad con uno
mismo, donde se pone en entredicho la mayoría de los valores que se cultivan en
las sociedades hasta la veneración, me refiero a la familia, el clan, la
patria, el nacionalismo, o más bien provincianismo y el bestialismo de la raza
humana, a través de actividades tan clasistas como los deportes, la caza, y la
falta de criterio y aceptación de todo lo diferente.
Está claro, que no hay
que nacer en Austria para sufrir la presión de sociedades con tan poco gratificantes
metas en la vida. En toda la vieja Europa se repite el mismo patrón en amplios
sectores de la población, para la desgracia general.
El pueblo donde vivo
ahora, podría ser sin problemas la ubicación perfecta para el libro, y en otros
muchos lugares de nuestro resignado país, ocurriría exactamente lo mismo, y
podría hablar con cátedra pues mi tendencia al nomadismo me ha hecho conocer a
fondo la desgraciada piel de toro. Hace años, ya lo conté en este sitio, llegué
a ver en una habitación matrimonial la escopeta colgada de la pared, al lado
del crucifijo, como la cosa más normal del mundo: la cama, dios, y el poder del
fuego. Metan esos ingredientes en la cabeza de unos ignorantes y la ecuación
les dará como resultado la historia de los últimos siglos que nos preceden.
Masas de energúmenos orgullosos y regalados de sus respectivos caciques y
señores, dispuestos a quemar pólvora, así se les convoque, en nombre de la
patria o su dios.
Y no piensen que se me
van las reflexiones de las manos, aunque sería el primero en alegrarme de
equivocarme y premeditar mi juicio. He llegado a observar en estos sitios, que
las mujeres defienden y apoyan el modo de pensar de sus hombres, aunque eso
signifique rendir su dignidad y sentido común, para convertirse en esclavas de
sus maridos y sus hijos, y es más, clavarían sus uñas en cualquiera que
cuestionase lo verdadero y propio de su enfermizo proceder. Rodeados de
superficialidad, ahogados en mediocridad, y satisfechos, muy satisfechos.
No es de extrañar que
los pocos lúcidos que huyen de estos malsanos ambientes gusten de ciudades
cosmopolitas, que les ofrezcan babilonias de neón donde diluir sus raíces y
recuerdos, sin tener en cuenta, que su hambre la sacian los mismos que
alimentan a su estirpe con cucharas de palo, y a ellos mismos con cubiertos de
alpaca.
El reverendo Yorick.
1 comentario:
Me gusta.
Publicar un comentario