Con lo bien que iban las
cosas, el futuro tan prometedor que se abría ante mí, y de que
manera se fue todo al garete. Yo, que me había preparado a
conciencia, que había leído las obras completas de Benito Pérez
Galdós, y de Camilo José Cela, además de otros miles de libros,
que había asistido a conferencias sobre escritura impartidas por
auténticos mequetrefes. Había estudiado filología hispánica,
quemándome las pestañas por las noches, a causa de mi trabajo. Lo
tenía todo, absolutamente todo preparado y calculado para entrar
por la puerta grande de la producción literaria ¿Y que pasó?
...Que todo se desmoronó como un castillo de naipes.
Si amigos, esta es la
auténtica historia de un escritor, no fracasado, sino repudiado por
todos aquellos a los que yo quería. Ahora maldigo el día en que se
me ocurrió por primera vez agarrar un cuaderno y lanzarme entre sus
páginas blancas a mancillarlas con mis cuentos agudos y geniales.
Porque, vaya por delante que yo, poseo auténtico talento para la
escritura, no se vayan a pensar otra cosa. El motivo de mi
estrepitoso fracaso es otro que ahora les contaré.
Podríamos decir que yo
era una persona normal, vivía con mis padres, tenía mi novia de
toda la vida, con la que planeaba casarme en unos años, y trabajaba
en una fábrica de automóviles. Todo estaba bien, una vida
normalita, sin estridencias, salvo por la particularidad de que yo
soñaba con hacerme escritor. Mi entorno familiar y conyugal, como
era de esperar, no me tomaban nada en serio, más bien, se
contrariaron cuando me puse a estudiar, o cuando acudía a
conferencias y cursos de escritura. Aunque en el fondo debían de
pensar que se me pasaría la fiebre. Mis padres decían que tenía la
cabeza llena de pájaros, opinión que mi novia no tardaba en apoyar,
sobre todo cuando venía a comer a casa.
Cuando se cabrearon de
verdad, fue cuando un día me planté ante ellos y les comuniqué que
me había despedido del trabajo, para dedicarme a escribir libros.
Para que se hagan una idea les diré, que mi vecina llamó a la
policía, creyendo que alguien había entrado en casa y nos estaba
asesinando.
Al cabo de unos días, la
cosa estaba más tranquila, y entonces empezaron a apremiarme para
que escribiera el “puñetero libro” para ver “si era verdad que
ganaría tanto dinero” Les dije a todos durante una comida familiar
ante el televisor, que tenía planeado empezar con unos relatos
cortos que mandaría a diferentes concursos literarios y revistas.
Intenté convencerlos de mis capacidades y de que mi talento, seguro
no pasaría desapercibido. Para darme ánimos, yo pensaba en mis
autores favoritos, y en sus duros comienzos ¿Y quién era yo para
quejarme, si en realidad tenía todo a mi favor?
Así que lleno de
optimismo, un buen día, encerrado en mi habitación, empecé a
escribir. Estaba tan enfebrecido que solo salía para picar cualquier
cosa, ir al baño, y hablar por teléfono con mi novia, quién por
cierto, tenía un cabreo de aúpa, porque no la sacaba a pasear. Así
pasaron dos semanas, al cabo de las cuales tenía preparados dos
excelentes relatos de corte detectivesco, depurados, corregidos y a
mi entender perfectos.
Al día siguiente de
terminar, me duché, me afeité, me puse mi mejor ropa y salí de
casa con la intención de fotocopiar el manuscrito y repartirlo entre
mis allegados, convencido de que caerían a mis pies rendidos. Hice
copias para mis padres, mis suegros, mi novia, mis hermanos, que no
vivían en casa, y mis amigos. Pensaba que una vez pasada la primera
prueba, llegaría el momento de registrarlos y enviarlos a diferentes
editoriales, convencido de que no tardarían en ponerse en contacto
conmigo.
Resulta que esos días, mi
novia, estaba ocupada con un trabajo temporal que había conseguido,
así que decidí irme a pasar unos día con mi tía, que vivía en el
pueblo, así les dejaría tranquilos para leer y asimilar el impacto
y la estupefacción que de seguro les iba a provocar la lectura.
Plenamente satisfecho
conmigo mismo, agarré el tren con dirección al campo, decidido a
preparar una vuelta triunfal.
Cuando la semana llegó a
su fin, volví a la ciudad, estaba nervioso, pero al mismo tiempo
exultante. Como era domingo y me pillaba de paso, me propuse pasar
por casa de mi novia. Al llamar al timbre y decir mi nombre, me
pareció escuchar un grito, algo así como: !No...Antonio, no!
Antonio era mi suegro, al que por cierto veía a través del cristal
de la puerta cruzar el zaguán con un palo en la mano, que nada más
abrir la puerta estampó en mi cabeza. Me caí al suelo de espaldas y
me protegí como pude de la lluvia de palos que se me venía encima.
Entre los gritos y el jaleo, pude llegar a entender algo de lo que
decía mi suegro. Lo resumiré un poco para no cansarles: !DE MODO
QUE MI HIJA ES UNA GOLFA Y TE PEDÍA QUE LE HICIERAS ESAS GUARRADAS!
!ASÍ QUE SOY UN FACHA Y UN PUTERO! !Y MI MUJER UNA BEATA! Como pude,
tropezando, arrastrándome por el suelo, conseguí escapar de allí,
apaleado como un perro. La última frase que logre entender fue algo
así: !COMO TE VUELVA A VER POR AQUÍ TE MATO...GOLFO CABRÓN! ¿Qué
había pasado? ¿Cómo pudo ocurrir aquello? Si en palabras de mi
suegra, yo “era el hijo que toda madre quería tener”
Llegué a casa con la ropa
destrozada y magullado, las sospechas que fui rumiando por el camino
se confirmaron: Mis padres no me apalearon, pero tenían mis cosas
preparadas junto a la puerta. Sin darme turno de réplica, me echaron
de casa. Llamándome ingrato, descastado y nuevamente cabrón. !ah!
También añadieron que diera gracias de que no me denunciaran por
injurias, después de haber escrito lo que escribí sobre ellos.
Ahora lo entendía todo, los relatos...
El protagonista de mis
relatos se parecía bastante a mí, su chati, se parecía demasiado a
mi novia, mis padres también eran muy similares, y todo el entorno
de los cuentos era bastante similar al mío, con la salvedad de que
el prota, además de sagaz, era inteligente, ligón, y un triunfador
salido de un entorno mediocre como el mío.
Mis hermanos y mis amigos
tampoco quisieron saber nada de mí.
Ahora vivo en otra ciudad,
repudiado por los míos. Tengo un trabajo de mierda en una fabrica
infecta y malvivo en una pensión de mala muerte, en un barrio
decadente.
Dejé de escribir, juré
que no volvería a coger una pluma nunca.
Me emborracho siempre que
puedo y mis novias son de pago. Vivo al día, sin complicaciones,
empeñado en olvidar. Aunque no hay un solo día en el que no me
pregunte: ¿Cómo lo hacen ellos? Los escritores de éxito, ¿Cómo
hacen para que nadie se moleste por lo que cuentan? Por sus
fantasías, invenciones...¿Cómo lo hacen? A lo mejor la respuesta
es esa: porque son escritores de éxito.
Les dejo, que tengo que ir
a echar la quiniela...
el reverendo Yorick
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